Por
Eduardo Lamazón
Omar
Niño y Julio César Miranda perdieron sin atenuantes el sábado en Manila. El
primero cayó noqueado por Brian Viloria contra quien no conocía la derrota
tras dos encuentros anteriores en Las Vegas, y el Pingo Miranda no pudo ganar
un solo round a Rodel Mayol que lo tiró tres veces a lo largo del pleito. Una
cosa es perder, lo que sucede habitualmente en el deporte, otra cosa es
fracasar.
No le
reclamo nada a Omar Niño, que tiene 35 años de edad y no está obligado a ser
eterno, pero Miranda estuvo muy por debajo de sus posibilidades, y es hora de
preguntarse por qué, si está vivo, si está sano, si teóricamente se preparó
para pelear, no rinde. Sabemos lo que el Pingo puede alcanzar porque lo
comprobamos en sus combates contra Richie Mepranum, contra Ronald Ramos,
contra Michael Arango, y contra Ardin Diale. De pronto fue triturado por
Brian Viloria en una siguiente pelea en Honolulu, y no volvió a dar una noche
buena. No puede ser, pero, sobre todo, no debe ser. Nadie deja de ser el que
era en seis meses sin que haya un motivo.
La
frecuencia con que boxeadores mexicanos viajan a Oriente y pierden, comienza
a ser desesperante. Hay varios casos de derrotas allá contra rivales con los
que no perdemos en otro lado, lo que hace pensar que el problema es la adaptación
al horario. El viajar a trece o a quince husos horarios adelante hace que se
alteren los ritmos circadianos, la costumbre del cuerpo humano de hacer
determinadas actividades rítmicamente a determinadas horas: dormir,
despertar, alimentarse, alcanzar el rendimiento óptimo a tal o cual hora del
día. Si usted o yo fuéramos a Filipinas, a Corea, a Tailandia, a Japón,
tardaríamos varios días en regularizarnos para no estar dormidos de día y
despiertos de noche. Imagínese lo que esto significa para un boxeador que va
a dar y a recibir golpes homicidas y que necesita garantizar su mejor
rendimiento para no perecer. Erigiéndome en rábula honorario, un día le
expliqué al Archi Solís que no debía viajar sólo siete días antes de la pelea
(con Brian Viloria) a Manila, porque para empezar el viaje dura dos días. Si
el avión despega en México un sábado, en Manila ya es domingo, y con suerte
el vuelo llega el lunes. Me respondió que “veinte horas pasan rápido, no hay
problema”, refiriéndose a la duración del viaje porque no comprendió ni
vagamente mi exposición de que el mundo se invierte. No me burlo de él, no
está obligado a saberlo todo, los seres humanos nos parecemos mucho por lo
que ignoramos, no por lo que sabemos. Pero lo que sí está obligado a hacer
como campeón del mundo, es a formar un equipo que lo prepare y lo proteja al
más alto nivel. No hace falta decir que en la pelea fue un guiñapo, un hombre
física y moralmente abatido que esa noche sin bendiciones regaló el título
minimosca porque apenas podía armar la guardia.
La
mayoría de los especialistas asegura que la permanencia en destino para
lograr una buena adaptación es de un día por huso horario transgredido. Los
husos que nos separan de Filipinas, por ejemplo, son trece.
Lo
que les sucedió el sábado a Niño y a Miranda les sucedió al Gusano Rojas
contra Suriyan Sor Rungvisai en fecha reciente, a Mauro Gutiérrez contra
Takahino Ao, a Giovani Segura y al Pingo contra Brian Viloria, a Edgar Sosa
contra Pongsaklek (cierto es que el zurdo Pongsaklek parecía un campeón
invencible, pero perdió cinco meses después contra el ignoto Boy Jaro), y a Hugo
Cazares que perdió una pelea en Japón aunque su balance de presentaciones
allende los mares es bueno. ¿Quién me puede explicar cómo Giovani Segura hizo
lo que hizo en Puerto Rico despedazando al otrora imbatible Iván Calderón,
para tiempo después contra Brian Viloria transformarse en alguien más
inofensivo que el agua al tiempo? Es indudable que entre un Giovani y el otro
vemos a dos boxeadores diferentes, a dos seres humanos distintos, observamos
dos actitudes que no tienen nada que ver entre sí y que producen resultados
un día gloriosos y otro día catastróficos.
Hubo
otros tiempos, en los que en Oriente alguna vez se perdía, como es natural,
pero se escribían con frecuencia historias hazañosas que cada vez parecen más
distantes. Rodolfo Martínez le ganó a Hisami Numata y a Venice Borkorsor,
Miguel Canto le ganó a Shoji Oguma y a Kimio Furezawa, Ricardo Arredondo le
ganó a Apolo Yoshio, Ricardo López le ganó a Kimio Hirano y a otros varios,
Gilberto Román le ganó a Kongtoranee Payakarum, José Luis Bueno le ganó a
Sungkil Moon, Gabriel Bernal le ganó a Koji Kobayashi, José Becerra le ganó a
Kenji Yonekura, Rubén Olivares le ganó a Kazuyoshi Kanazawa, Daniel Zaragoza
le ganó a Tsuyoshi Harada y si usted me lo pide le doy otros cien ejemplos.
Si
está a la vista que se puede ganar como visitante, entonces, lo que sigue es
querer hacerlo, y ejercitar las estrategias necesarias. La primera es que
quien viaja a las antípodas lo haga con los veinte días de anticipación que
se requieren para procesar vivir en el tiempo de ellos, y sin el peso del
mundo al revés que significa no haber hecho la imprescindible adaptación.
Menciono
enfáticamente que si Omar Niño llegaba a los doce rounds, lo esperaba la
tarjeta de un juez filipino que obsequiosamente la OMB puso en su pelea sin
la presencia de un juez mexicano en contrapeso. Cierto es que Juan Manuel
Márquez tuvo un juez mexicano contra Fedchenko, en México, sin que hubiera
uno ucraniano para abonar al sentido de justicia que debería prevalecer. Así
es como compensa la OMB y también los otros organismos, una pelea con otra
pelea, lo que hace que el procedimiento sea injusto en los dos casos. Hace
pocas semanas sufrimos que el Siri Salido fuera a Puerto Rico a pelear contra
Juanma López con un réferi y un juez puertorriqueños. No toda la culpa es de
Paco Valcarcel, sino del desorden que prevalece. Como Nevada pone sus jueces,
ya muchas comisiones hacen lo mismo (Puerto Rico, Filipinas). Los jueces con
la misma nacionalidad de los boxeadores votan por su compatriota. La estadística
muestra que es así en más del 95 % de los casos, de manera que no me vengan
con que hay que confiar en que son señores muy honestos. La buena regla de
jueces neutrales que se logró con el CMB en los años ochenta, ya no existe.
En algunas cosas el boxeo avanza… hacia atrás.
Quizá
los malos días (y las malas noches) obedecen a la sentencia homérica de que
los dioses tejen desdichas para que a las futuras generaciones no les falte
algo que cantar, pero no ha de haber malos días sin que sean sucedidos por
otros mejores.
“Lo
que sigue para Brian Viloria es una pelea unificatoria con Tyson Márquez
-dijo a la prensa su manager Gary Gittelsohn inmediatamente después de
terminada la pelea- aunque eso será cuando concluya la luna de miel que el
campeón le debe desde hace dos años a su esposa Erika y que comienza mañana
con el viaje que los dos emprenden a Europa”.
El
boxeo, como la vida, es de claroscuros.
columna publicada en CENTRAL DEPORTIVA del diario El Universal el
lunes 14 de mayo
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martes, 22 de mayo de 2012
LA MALDICIÓN ORIENTAL
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un gran artìculo
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