lunes, 26 de noviembre de 2012
El sr. Macho
Ya murió. Ya no está. Ya se fue de esta vida el Macho Camacho.
La muerte fue una estampida que lo alcanzó, inesperada. No la vio llegar. Ni siquiera oyó el ruido de la pólvora encendida que precedió al silencio sin final.
Se acabaron para siempre sus actitudes excéntricas porque no hay hombre, por fuerte o por poderoso que sea, que resista el daño de una bala bien puesta. Mal puesta, claro.
Era un personaje colorido y extraño, fuera de molde, querido por la mayoría de quienes lo conocimos. Querido y querible. Su oficio fue la notoriedad y se dedicó además al boxeo. El Macho no se parecía a nadie y su trato fácil y lisonjero obligaba habitualmente a sus interlocutores a preguntarse de dónde sacaba tanta alegría. Se vio envuelto en demasiados incidentes como para ocultar que su conducta fue muchas veces reprochable. Su andar por este mundo no transcurrió ni tranquilo ni con moderación, sino todo lo contrario. Nunca pidió permiso para nada y creo que tampoco pidió perdones.
La tarde del martes pasado una emboscada sin nombre en las calles de Bayamón, donde había nacido, lo fusiló de bala y le arrancó la conciencia de este mundo al personaje que de tan vivo parecía inmorible, o entregado al movimiento perpetuo. Todo él había sido por siempre un torbellino, y cuando las primeras imágenes de televisión llegadas de la isla lo mostraron en esa camilla final, extrañamente inmóvil, nos resultó irreconocible. Todo menos eso que veíamos –un espectro, lo que quedaba de él– había sido Héctor Camacho a lo largo de sus cincuenta años de vida.
Es ahora una leyenda inerte, desarrapado de calor su cuerpo y borrada con sangre su sonrisa contagiosa, nos deja prematuramente el payaso entrañable, el loco, el hablantín. Es silencio y eternidad el Macho. Ni siquiera sabemos qué le pasó, apenas suposiciones que intentan explicar la tragedia de la ocre tarde de San Juan. Son muy pocas noticias para tanta sed de saber por qué. Una multitud impávida y aún incrédula se agita en las redes para decir que lo quiere, o que lo quería, y que no lo olvidará. Lo llora Puerto Rico con lágrimas de piadosa mortaja para el que se va, y lo llora el mundo del boxeo, comprendiendo que no habrá ya ninguno de sus arrebatos demoledores que lo devuelva al centro del ring, a lo que le era esencial.
Fue un loco genial pero fue también un gran atleta que sus excesos no pudieron eclipsar. Debutó a los dieciocho, peleó treinta años, estuvo activo hasta hace dos. Murió a los cincuenta.
Hace tiempo hablamos en Nueva York y me dijo que tenía guardados cuatro millones de dólares. Escondidos secretamente. Intocables. ‘Algunos se creen que soy un idiota –me explicó—y que me voy a quedar en la miseria, como le ha sucedido a muchos boxeadores, pero esa plata la tengo ahorrada y no la toco. Es para mi vejez’.
Ya no le hace falta, porque la vida no es como la planeamos sino que nos lleva caprichosamente de la mano. La turbulenta existencia del Macho, sus repetidas transgresiones, sus pasos disonantes, sus noches de esplendor y sus valles de humanas miserias, todo es el pasado.
Puerto Rico es la tierra más boxística del mundo, ha dado cuarenta y seis campeones mundiales. Macho pertenece a la élite, con Gómez, con Trinidad, con Ortiz, con Benítez. Lo lanza la vida, lo recoge la historia. Una vez le dijo a un periodista “El más grande de mis sueños es morir en mis propios brazos”. Su inmodestia era colosal, no tenía conciencia terrenal, y siempre le perdonamos todo porque él no era un filósofo, era un loco elaborado, un Dalí con guantes de boxeo. Si hubiera sido futbolista habría jugado en el Barcelona. Su única medida era lo más grande y disparado.
Los seres humanos entierran a sus muertos. Los que somos del boxeo hoy tendemos un manto de no olvido y enjugamos el llanto por el Macho que dijo adiós.
Por Lamazon
La muerte fue una estampida que lo alcanzó, inesperada. No la vio llegar. Ni siquiera oyó el ruido de la pólvora encendida que precedió al silencio sin final.
Se acabaron para siempre sus actitudes excéntricas porque no hay hombre, por fuerte o por poderoso que sea, que resista el daño de una bala bien puesta. Mal puesta, claro.
Era un personaje colorido y extraño, fuera de molde, querido por la mayoría de quienes lo conocimos. Querido y querible. Su oficio fue la notoriedad y se dedicó además al boxeo. El Macho no se parecía a nadie y su trato fácil y lisonjero obligaba habitualmente a sus interlocutores a preguntarse de dónde sacaba tanta alegría. Se vio envuelto en demasiados incidentes como para ocultar que su conducta fue muchas veces reprochable. Su andar por este mundo no transcurrió ni tranquilo ni con moderación, sino todo lo contrario. Nunca pidió permiso para nada y creo que tampoco pidió perdones.
La tarde del martes pasado una emboscada sin nombre en las calles de Bayamón, donde había nacido, lo fusiló de bala y le arrancó la conciencia de este mundo al personaje que de tan vivo parecía inmorible, o entregado al movimiento perpetuo. Todo él había sido por siempre un torbellino, y cuando las primeras imágenes de televisión llegadas de la isla lo mostraron en esa camilla final, extrañamente inmóvil, nos resultó irreconocible. Todo menos eso que veíamos –un espectro, lo que quedaba de él– había sido Héctor Camacho a lo largo de sus cincuenta años de vida.
Es ahora una leyenda inerte, desarrapado de calor su cuerpo y borrada con sangre su sonrisa contagiosa, nos deja prematuramente el payaso entrañable, el loco, el hablantín. Es silencio y eternidad el Macho. Ni siquiera sabemos qué le pasó, apenas suposiciones que intentan explicar la tragedia de la ocre tarde de San Juan. Son muy pocas noticias para tanta sed de saber por qué. Una multitud impávida y aún incrédula se agita en las redes para decir que lo quiere, o que lo quería, y que no lo olvidará. Lo llora Puerto Rico con lágrimas de piadosa mortaja para el que se va, y lo llora el mundo del boxeo, comprendiendo que no habrá ya ninguno de sus arrebatos demoledores que lo devuelva al centro del ring, a lo que le era esencial.
Fue un loco genial pero fue también un gran atleta que sus excesos no pudieron eclipsar. Debutó a los dieciocho, peleó treinta años, estuvo activo hasta hace dos. Murió a los cincuenta.
Hace tiempo hablamos en Nueva York y me dijo que tenía guardados cuatro millones de dólares. Escondidos secretamente. Intocables. ‘Algunos se creen que soy un idiota –me explicó—y que me voy a quedar en la miseria, como le ha sucedido a muchos boxeadores, pero esa plata la tengo ahorrada y no la toco. Es para mi vejez’.
Ya no le hace falta, porque la vida no es como la planeamos sino que nos lleva caprichosamente de la mano. La turbulenta existencia del Macho, sus repetidas transgresiones, sus pasos disonantes, sus noches de esplendor y sus valles de humanas miserias, todo es el pasado.
Puerto Rico es la tierra más boxística del mundo, ha dado cuarenta y seis campeones mundiales. Macho pertenece a la élite, con Gómez, con Trinidad, con Ortiz, con Benítez. Lo lanza la vida, lo recoge la historia. Una vez le dijo a un periodista “El más grande de mis sueños es morir en mis propios brazos”. Su inmodestia era colosal, no tenía conciencia terrenal, y siempre le perdonamos todo porque él no era un filósofo, era un loco elaborado, un Dalí con guantes de boxeo. Si hubiera sido futbolista habría jugado en el Barcelona. Su única medida era lo más grande y disparado.
Los seres humanos entierran a sus muertos. Los que somos del boxeo hoy tendemos un manto de no olvido y enjugamos el llanto por el Macho que dijo adiós.
Por Lamazon
Todos con Cepeda
El mundo del boxeo se ha unido para apoyar a César Cepeda, un púgil al que un incomprensible error médico arruinó su carrera. Le operaron la mano equivocada y las dos quedaron sin fuerza. Tras casi seis años de cruzada, el 17 de diciembre va a juicio. Sueña con que se haga justicia.
tp
“Mi historia la puedo contar como un drama, como una historia de terror, como un monólogo humorístico… la he contado tantas veces que puedo darle cualquier matiz. Lo único que espero es que su final sea siempre el mismo: justicia”. Así se presenta César Cepeda en su Escuela de Boxeo de Móstoles. Desde 2007 ya no puede boxear y se dedica a enseñar el deporte que fue su vida antes de que un fallo médico le apartara de él. Ésta es su historia.
En 2007. Cepeda era uno de los púgiles más prometedores del boxeo español (21 victorias en 23 combates). En un combate en Gijón notó un fuerte dolor en un nudillo de la mano izquierda: “Ya en Madrid acudí al hospital Montepríncipe, el que me indicaba la mutua. Tras seis meses de pruebas supervisadas por R. R. (iniciales del cirujano que le operó y del que nunca ha revelado el nombre), el 21 de abril de 2007 ingreso para que me operen porque me dicen que tengo una vaina rota y una pequeña bursitis. Soy el cuarto paciente al que opera R. R. aquel día. Me dijeron que se trataba de un trámite. Me pusieron anestesia general y me dormí”. Fue el comienzo de su pesadilla.
“Al despertar, aún atontado por la anestesia, veo que es la mano derecha la que está vendada. Yo sólo acierto a decir: ¡Pero qué habéis hecho, era la otra mano! Rápidamente me vuelven a dormir para operarme la otra mano… ¡con otra anestesia general!”.
En casa. César pide perdón por hablar tan deprisa, pero en ocasiones su ritmo es más pausado y sus ojos muestran más tristeza: “Me volví a despertar con las dos manos vendadas después de cinco horas de operaciones. Apenas había recobrado el conocimiento y en el hospital me decían que me tenía que ir ya. Mi entrenador, Luis Muñoz, me aconsejó que no me fuera de allí. Estaba con las dos manos inservibles. Al final me marché a casa con mis padres. Intenté dormir, pero a las cuatro de la mañana me desperté porque las manos me dolían horrores. Fue la primera vez que tuve lucidez para darme cuenta de lo que había pasado. Me derrumbé”.
César interpuso una demanda contra el hospital, más cuando, con el paso del tiempo, comprobó que ninguna de las dos manos había quedado bien. “La derecha, en la que me operaron por error, había perdido la fuerza, estaba peor que la otra. Tengo los tendones fuera del carril. Habían terminado con mi carrera y con mi vida. Era boxeador y me sentía como si me hubieran cortado las manos”.
Juicio. Desde entonces César lucha para que se haga justicia. El hospital dio diferentes versiones, entre ellas que la mano derecha también estaba mal antes de entrar en quirófano, por lo que le habían hecho un favor. También intentaron llegar a un acuerdo ofreciéndole 50.000 euros por enterrar el tema. “Mis anteriores abogados querían que firmara, y yo lo que hice fue cambiar de abogados. Tras luchar mucho, por fin el 17 de diciembre es el juicio y espero que haya merecido la pena”.
Hasta entonces, el mundo del boxeo posa con una camiseta que reza Todos somos Cepeda. Maravilla, Kiko Martínez, Campillo, Céspedes, Varón… “Soy el único capaz de unir al boxeo de este país”, bromea. “Todos me conocen como ‘el de las manos’ (en Facebook le apoyan 13.500 personas). Lo asumo, pero estoy cansado. Sólo quiero que se haga justicia y que se termine. No lo hago por dinero, que me den lo que me corresponda, pero mi objetivo todo este tiempo ha sido defender mi honor, ese que me quitaron en un quirófano”.
En 2007. Cepeda era uno de los púgiles más prometedores del boxeo español (21 victorias en 23 combates). En un combate en Gijón notó un fuerte dolor en un nudillo de la mano izquierda: “Ya en Madrid acudí al hospital Montepríncipe, el que me indicaba la mutua. Tras seis meses de pruebas supervisadas por R. R. (iniciales del cirujano que le operó y del que nunca ha revelado el nombre), el 21 de abril de 2007 ingreso para que me operen porque me dicen que tengo una vaina rota y una pequeña bursitis. Soy el cuarto paciente al que opera R. R. aquel día. Me dijeron que se trataba de un trámite. Me pusieron anestesia general y me dormí”. Fue el comienzo de su pesadilla.
“Al despertar, aún atontado por la anestesia, veo que es la mano derecha la que está vendada. Yo sólo acierto a decir: ¡Pero qué habéis hecho, era la otra mano! Rápidamente me vuelven a dormir para operarme la otra mano… ¡con otra anestesia general!”.
En casa. César pide perdón por hablar tan deprisa, pero en ocasiones su ritmo es más pausado y sus ojos muestran más tristeza: “Me volví a despertar con las dos manos vendadas después de cinco horas de operaciones. Apenas había recobrado el conocimiento y en el hospital me decían que me tenía que ir ya. Mi entrenador, Luis Muñoz, me aconsejó que no me fuera de allí. Estaba con las dos manos inservibles. Al final me marché a casa con mis padres. Intenté dormir, pero a las cuatro de la mañana me desperté porque las manos me dolían horrores. Fue la primera vez que tuve lucidez para darme cuenta de lo que había pasado. Me derrumbé”.
César interpuso una demanda contra el hospital, más cuando, con el paso del tiempo, comprobó que ninguna de las dos manos había quedado bien. “La derecha, en la que me operaron por error, había perdido la fuerza, estaba peor que la otra. Tengo los tendones fuera del carril. Habían terminado con mi carrera y con mi vida. Era boxeador y me sentía como si me hubieran cortado las manos”.
Juicio. Desde entonces César lucha para que se haga justicia. El hospital dio diferentes versiones, entre ellas que la mano derecha también estaba mal antes de entrar en quirófano, por lo que le habían hecho un favor. También intentaron llegar a un acuerdo ofreciéndole 50.000 euros por enterrar el tema. “Mis anteriores abogados querían que firmara, y yo lo que hice fue cambiar de abogados. Tras luchar mucho, por fin el 17 de diciembre es el juicio y espero que haya merecido la pena”.
Hasta entonces, el mundo del boxeo posa con una camiseta que reza Todos somos Cepeda. Maravilla, Kiko Martínez, Campillo, Céspedes, Varón… “Soy el único capaz de unir al boxeo de este país”, bromea. “Todos me conocen como ‘el de las manos’ (en Facebook le apoyan 13.500 personas). Lo asumo, pero estoy cansado. Sólo quiero que se haga justicia y que se termine. No lo hago por dinero, que me den lo que me corresponda, pero mi objetivo todo este tiempo ha sido defender mi honor, ese que me quitaron en un quirófano”.
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