sábado, 9 de febrero de 2013

LOS DIOSES DEBEN ESTAR LOCOS



El boxeo no comienza bien 2013, simplemente porque terminó igual (de mal) 2012. No lo estoy enterrando, ni mucho menos, mi inquietud es otra. La actividad va a caminar hasta fin de año con las muletas que ha incorporado, y va a seguir caminando muchos años más, porque la promoción de peleas no se termina y no tiene mucho que ver con que la conducción esté cada vez más mermada y más caótica. Hay boxeo, sin duda, lo que no significa que tengamos un deporte sano, creíble, inspirador, que promueva el disfrute de los millones que en el mundo lo celebran. Hoy la actividad provoca más sospechas que confianza. Todos sabemos que algunos fallos recientes han sido devastadores.

El desorden que han creado los organismos rectores (rectores es una manera de decir, disculpen ustedes) con los muchos títulos que se ofrecen como baratijas en un mercado popular, nos muestra dos cosas terribles: que ya ningún título vale nada, o muy poco (la pelea más cara de 2012 se celebró sin ningún título en juego), y que ellos mismos (los organismos) han perdido el respeto que alguna vez tuvieron de las comisiones de boxeo donde se practica el boxeo grande, Nevada, Nueva York, California, algunas capitales europeas, Japón y poco más. El paisaje se ensombrece si Nevada discrimina, hace las cosas mal, entrega fallos miserables y ni siquiera existe el contrapeso de los cuerpos internacionales para intervenir con autoridad y capacidad de decisión.


                   
                                                        DEMPSEY
                                               



                                                  
                                                        ARMSTRONG

La primera tarea de una organización rectora del boxeo, a mi modo de ver, debería ser poner orden riguroso en un deporte que no tiene ya nada en su lugar, y a continuación… hacer justicia. Justicia en las peleas, en los fallos, en las clasificaciones, en los derechos de todos los muchachos que esperan una oportunidad, en el control de drogas. Lo demás, la vanidad y el oropel, a mí me importan muy poco. De modo que qué les puedo decir de la OMB inventando ‘cinturones de la década’ (en un año en que ninguna década ni empieza ni termina) para colgarle uno a Juan Manuel Márquez y así sumarse a la foto, o de la AMB aferrada a sus supercampeones que no son otra cosa (si no fueran una insolencia) que pasar a los campeones del primer lugar que les corresponde al segundo, humillándolos.

La banalización de la conducción es exasperante si pensamos en el futuro del boxeo. Que el caos generalizado no les importe a los promotores, vaya y pase, porque el trabajo de los promotores tiene como objetivo ganar dinero, pero el objetivo de los organismos boxísticos no es el mismo, o no debería serlo. Comprendo porque ahí viví, que para hacer cosas importantes, trascendentes, se necesitan recursos en cualquier organización, para mover oficinas, convenciones, pero seguir creando títulos (cuotas) se ha convertido en contraproducente. Deben pensar en otros métodos. Que quede constancia que lo estoy diciendo antes de que suceda: un día cualquiera las cadenas grandes de televisión van a prescindir de los títulos actuales, probablemente van a designar sus propios campeones, y las organizaciones se van a dar cuenta de que su desaparición será una triste realidad.

No me alegro, por supuesto, de esta posibilidad que veo acercarse inexorablemente, porque tendríamos entonces la conducción de un negocio por sus dueños, sin reglas externas que actúen como un valladar a los excesos. La estructura original de un organismo mundial como el Consejo Mundial de Boxeo, formado por comisiones (las comisiones son dependientes de la autoridad en cada país, se rigen por las leyes) es el esquema ideal, que no parece fácil de mejorar. Pero los muchos títulos sin sustancia, y no otra cosa, han creado esta realidad que embriaga la razón.

Lo que sigue, para enrarecer más el horizonte es la aparición de la AIBA haciendo pelear a los amateurs con reglas y jueces profesionales (lo que los convierte en profesionales). No aporta otra cosa que lo que teníamos en demasía, confusión. Si alguien quiere creer que estamos bien, que nos explique.

Cuando reinaba Archie Moore, cuando Willie Pep, cuando Henry Armstrong, no había nada por arriba ni había nada por debajo de cada uno de ellos. Eran los campeones mundiales, y el universo del boxeo lo sabía. Cuando el titular de los pesados era Jack Dempsey a nadie se le hubiera ocurrido pensar que podía haber otro campeón.

 Hoy los dioses deben estar locos.


Por  Eduardo Lamazón

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