martes, 23 de octubre de 2012
Increible...Brandon Ríos y Mike Alvarado
Las peleas nunca son como las habíamos imaginado, son un poco más o un poco menos, o puede ser que no tengan nada que ver con lo previsto. De Brandon Ríos y Mike Alvarado nadie esperaba menos, y cumplieron. Entregaron lo prometido con la exactitud de un reloj atómico. Con dos golpes el Bam Bam Ríos sacó del combate a Mike, que estaba ganando en el trámite con cierta amplitud. Es bien sabido que en el boxeo nadie cuestiona la legitimidad de la victoria de quien consigue un nocaut.
Hicieron un combate épico machacándose el uno al otro con la precisión de un buen cocinero que tritura los vegetales con sumo cuidado para que su salsa le quede la mejor de la comarca.
La pelea se queda en la historia, como lo anticiparon todos los pronósticos. Los estilos eran conocidos, y nadie ignora que si juntamos pólvora y fuego a continuación tendremos una explosión. Dos que se plantan a pelear, dos que dan mucho y reciben lo mismo, dos que no conocen treguas. Dos valientes y un destino: matar o morir.
En las peleas límite, como ésta, no hay aire entre los dos, ni hay espacios, ni hay tiempos para pensar. Sólo hay músculos en movimiento, tensos en agonía, para ver qué lado de las fuerzas rompe primero la resistencia de la contraparte produciendo un desequilibrio. Más que una pelea fue una orgía de violencia. El público que en su casi totalidad apoyaba a Brandon Ríos aullaba y formaba un coro cacofónico de mil quinientos gatos monteses enloquecidos. Era el éxtasis alrededor y el infierno en el ring. Pelearon como si todo acabara al morir el primero.
¿Son boxeadores o son dementes? ¿Quieren competir o se están suicidando? ¿Qué es más morboso, ver a estos dos orates destruirse o prepararse para ver al austriaco que promete tirarse mañana en caída libre desde 39 kilómetros de altura? ¿Para qué demonios se necesita más valor?
Los que observamos y tenemos que determinar un ganador –o sea todos, porque no hay quien no sea juez de lo que está viendo—debemos contar los golpes, pues no hay garantías de que una caída o un golpe dañoso nos van a aportar la claridad que haga nuestra puntuación incuestionable. Contar los golpes es difícil, claro, porque todo sucede a un ritmo vertiginoso, pero después de tantos años y miles de rounds hemos desarrollado mañas muy útiles que nos ayudan. En cada intercambio, por ejemplo, decirle a nuestro disco duro ‘éste va tres golpes adelante’, o ‘aquél equilibró con la réplica’.
Sin perder ese conteo hay que ver otras cosas. Asuntos puntuales y asuntos generales. Lo puntual produce efectos instantáneos, lo general participa del criterio para cuando hay dudas hacia dónde inclinar la balanza. Mike Alvarado era más profundo e incisivo con sus envíos. El uso que hacía de la territorialidad en el ring, más inteligente y pródigo. No es lo mismo llegar a los guantes del enemigo que romper esa barrera y penetrar golpeando el rostro. Yo tenía a mi lado a dos periodistas gringos, Dan Rafael, de ESPN, y Lance Pugmire, de Los Ángeles Times. En el primer round mi puntuación coincidió con uno de los dos, en el segundo round coincidió con el otro. En el tercero dije en la transmisión: “gana Alvarado, para mí, no todos van a verlo igual, las diferencias son tan pocas que sólo las resuelve un análisis de laboratorio”.
Brandon Ríos avanzó en la pelea con más valor que propuestas, Todo esto pasaba mientras la pelea caminaba hacia un destino desconocido, pero claro, siempre está presente lo que puede hacer una definición súbita. Y cuando eso sucede, las disquisiciones, las conjeturas, los puntos y la ventaja momentánea, todo, se va a la alcantarilla. Así pasó.
Los dos estaban invictos. Los dos enfrentaban su mayor compromiso. Bam Bam había peleado mal contra Richard Abril en abril. Mike Alvarado nos había exhibido muchas veces su potencial, pero también sus altibajos. Ríos es siempre temible pero ahora subía de peso. ¿Le alcanzaría? No sabíamos. No sabía ni Dios dónde era más delgado el hilo, dónde se iba a cortar.
El quinto round será el round del año 2012, probablemente, es muy difícil que sea superado en combatividad y dolor sobre el ring. Hay un dolor que no sienten los que pelean, sino los que miran. Cada zarpazo dado, cada descarga brutal, la piedad perdida y el ánimo homicida que quiere hacer daño en el cuero y en la conciencia del adversario se observan con estupor desde las butacas. El boxeo a su máxima temperatura posible, dos seres humanos representando la más dramática de las luchas sin armas sobre la tierra. Ambos desnudos, pesados antes para neutralizar posibles ventajas en los tamaños, intentando sobresalir uno sobre el otro.
No hay en el boxeo ventaja que no pueda desaparecer en un instante. Brandon Ríos no peleó gran cosa en el inicio de ese séptimo round. Respiraba, descansaba, parecía buscar un soplo de aire fresco y renovador para sus cansados pulmones. Mike Alvarado aceptó la invitación al breve descanso y descansó también, jugando con la mano izquierda para no perder la ventaja. Era mucho lo que estaba en juego y un buen boxeador siempre protege la diferencia a favor. “Esta pelea es mía y nada me la quita –pensaba Mike–, ya falta menos, ya falta poco”. Cada round dejado atrás es un abismo superado. Al minuto y 55 segundos un rayo de determinación tocó a Brandon Ríos para que despertara y se produjo el Apocalipsis. Atacó en línea recta inaugurando una nueva ofensiva para ver qué. Qué conseguía. Pero ahora lo suyo fue devastador. Sólo abrió el camino con una izquierda invisible para su oponente, y estrelló plena una derecha asesina en el rostro de Alvarado, desatando la hecatombe.
Alvarado se descompuso con el golpe y no atinó a nada. Sus movimientos defensivos fueron los del instinto, no los de la conciencia. Todos fuimos sorprendidos. Todos menos Mike, que estaba ido. Cuando el réferi se interpuso para salvarlo, con lo que le quedaba de conciencia quiso protestar, pero no pudo. Balbuceante, de pie, tartamudeaba su impotencia. Muy poco protocolo y un final demasiado rápido para una pelea bárbara, colosal. Si el boxeo fuera siempre así, quizá estaría prohibido. Pat Russell detuvo las acciones en una intervención irreprochable. No hay criterio más acertado de un réferi que gritar basta cuando un peleador ha pasado a estar indefenso. A veces aún tira golpes, pero ya está inerme. ¡Ah cómo es difícil que entiendan algunos que por encima de las frases hechas (“No se para la pelea mientras esté tirando golpes”), hay que usar siempre el criterio! Creen en esos dichos bananeros como creen que la zanahoria es buena para la vista, sólo porque nunca han visto un conejo con lentes.
La pelea se archiva en la memoria colectiva y se queda para siempre. Dentro de doscientos años algunos la verán, repasando los combates más brutales del boxeo.
Fue una epopeya, y habrá revancha. Las buenas historias tienen continuación. Y no me digan que segundas partes no son buenas. La segunda parte del Quijote es mejor que la primera.
Texto de Lamazon
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