jueves, 17 de noviembre de 2011

MALDITA IMPUNIDAD ( Eduardo Lamazón)


   
   Son las 6:15 de la mañana del domingo y camino por el aeropuerto de Las Vegas en busca del avión de regreso. Amanece después de la pelea. En un expendio veo veinte o más ejemplares de la revista ‘The Ring’ con Manny Pacquiao en la portada y pienso “hoy no es buen día para que se vendan”. Si le va mal a Pacquiao le va mal a mucha gente, y esto es la punta del hilo para intentar una explicación de lo sucedido.
    Oficialmente Pacquaio ganó la pelea a Juan Manuel Márquez. Obtuvo una victoria pírrica que sostiene por otro rato el gran negocio que él representa, aunque el tinglado se sostenga resquebrajado.
    En el boxeo sólo hay la decisión de los jueces para obtener un resultado, y es común que un juez vea una cosa y otro juez vea otra. Debemos ser tolerantes… casi siempre.
    Sin embargo, ¿cómo no aullar de indignación después de lo que presenciamos, violentada la razón y atropellado el entendimiento de todos los que fuimos testigos del insuceso de un veredicto atroz? La victoria de Juan Manuel Márquez era incuestionable por el dominio y por el daño infligido a Manny Pacquiao en la pelea que quedará en su acervo como su hazaña mayor y en la conciencia del boxeo como uno de sus pecados capitales.

    Para juzgar hay que ver quién hace más daño, entendiéndose que daño no es una cortada o un hematoma, sino la afectación a la estructura y poderío del de enfrente, degradando al que era cuando empezó la pelea. El golpeo efectivo es lo que cuenta, el del martillo que somete al clavo haciéndolo más chiquito a medida que lo hunde en la madera. Cuando empecé en el boxeo, hace cuarenta y cinco años, aprendí que se califican ataque, defensa, ciencia, y eficacia. No está mal, pero después, con los años, con la legítima rebeldía de quien quiere prescindir de sus maestros y andar solo, decidí que el boxeo es eficacia, y que no me importa lo demás, porque la eficacia lo resume todo. Nada he visto con menos eficacia que el Pacquiao del sábado.
    Mi puntuación, 116-112, es la más votada por los aficionados que vieron ganar a Márquez en la encuesta que hizo la página de ‘The Ring’ tras la pelea. Y Ron Borges escribió “Algunos asaltantes portan lápices en lugar de pistolas, especialmente en Las Vegas”.
    Los jueces imbéciles se autocensuran, no tienen carácter, votan por el campeón, o por el de la promoción, o por el de la casa. Todos se alínean. Quiero pensar que no se trata de corrupción por dinero, sino sólo de descomposición moral. No la minimizo, pero si los jueces estuvieran votando a cambio de dólares, mejor nos vamos del boxeo.
    El señor juez Robert Hoyle, que dio empate, le había dado 7 puntos a Brian Viloria contra el Pingo Miranda, mientras en la misma pelea los otros dos jueces le daban sólo 1 y 2 puntos. En Nishioka- Rafael Márquez anotó 6 puntos para Nishioka al tiempo que sus dos colegas sólo le daban 4 y 2 puntos al japonés. Y en la pelea de Víctor Ortiz con Lamon Peterson dio 2 puntos al peleador gringo en tanto los otros dos jueces señalaron empate. ¿No le gustamos los mexicanos al señor Hoyle? No lo sabemos, pero la promoción de nuestros boxeadores tiene que ir tomando nota de los pequeños detalles que muchas veces pasan inadvertidos. No se podrá imponer a una comisión de boxeo que nombre a tal o cual juez, pero sí se podrá hacer una advertencia pública antes de las peleas cuando un juez resulte una amenza y así dejar constancia de que está en observación.
    Centenares de desencantados me escriben diciéndome que ya no quieren ver boxeo, que se ha corrompido, ignorando que esto ha pasado siempre. Tal vez creen que sólo desde el sábado hay canallas en este mundo. Era 1979 cuando el colombiano Antonio Cervantes defendió su título superligero, ganándole a Kwang Min Kim en Corea. El réferi Cristadoulus, sudafricano, dio 9 puntos al campeón pero el juez coreano Chung Wun anotó 6 puntos para su compatriota. En el ring, como en la vida, los boxeadores no reciben lo que merecen, reciben lo que reciben. El viejo postulado de Cicerón que tanto nos repitieron en la escuela “justicia es dar a cual lo que se merece”, es disfuncional por las limitaciones de los hombres.
    Aunque todos los méritos fueron de Juan Manuel, hay que puntualizar que Pacquiao no fue Pacquiao. Ausente de la refriega, como si el boxeo fuera para él, ahora, una actividad secundaria y fastidiosa. ¡Cómo le costó transitar por la pelea! Ningún chispazo de genialidad ¡ninguno!, ningún esfuerzo extra. Fue todo tedio. En mayo pasado había declarado “la mayor pelea de mi vida no es en el ring, y esa es la que me importa” (se refería a su proclamada promesa de erradicar la pobreza extrema en su país). ¿Un presagio? Quizá.
    Salta a la vista que el estilo de Juan Manuel Márquez es veneno para el filipino, como Ken Norton fue una pesadilla para  Muhammad Ali las tres veces que pelearon, pero eso no es todo lo que hay que decir. El Pacquiao que conocemos es el de las piernas con la velocidad de un rayo, y el de las ejecuciones de golpes invisibles que recorren tres metros. Nada de eso se vio en esta pelea. Fue un Pacquiao sin cafeína, un punto menos que inofensivo.
    A Márquez lo apuñalaron. A Pacquiao también. Una derrota no le hubiera hecho tanto daño al filipino como el que le hace esta victoria con olor a podredumbre. No voy a decir que Pacquiao era una maravilla hasta el viernes y poca cosa desde el sábado. La carrera de un boxeador de élite tiene matices. Chávez no dejó de ser Chávez cuando perdió con Randall, pero resulta que Manny es el alma de un imperio, y ahora ese imperio se llena de grietas y amenaza con derrumbarse.
   Si hubiera sido declarado perdedor, en pocas semanas estaría organizando el regreso con nuevas expectativas, pero lo hicieron ganador a la fuerza y ahora va a tener que lidiar con esto durante muchos meses. Tiene que recomponer una imagen antes impoluta y ahora cuestionada. Habían cuidado hasta el mínimo detalle, Pacquiao de viaje con Márquez como dos caballeros que se respetaban. La magnanimidad del Pacman en la pelea con Margarito había despertado admiración. Recuerdo a Lennox Lewis, en una entrevista reciente, comparándolo con Nelson Mandela. Después de la noche del sábado parece lejano el héroe deportivo admirado sin condiciones que en La Academia cantaba ‘Imagine’, “IMAGINE NO POSSESSIONS / I WONDER IF YOU CAN / NO NEED FOR GREED OR HUNGER / A BROTHERHOOD OF MAN / IMAGINE ALL THE PEOPLE / SHARING ALL THE WORLD / YOU MAY SAY I’AM A DREAMER / BUT I’AM NOT THE ONLY ONE / I HOPE SOMEDAY YOU’LL JOIN US / AND THE WORLD WILL LIVE AS ONE”.

David sigue venciendo a Goliat.

   Juan Manuel Márquez hizo a los 38 años la pelea de su vida, la que no hizo a los 30 o a los 32, la que para mí fue imposible de vaticinar. Me rindo ante su valor y por sus méritos. No embozo ni escatimo mi admiración. Es un maestro del arte del boxeo. Las dos peleas anteriores podían irse un punto hacia un lado o hacia el otro, pero esta no. Ganó y lo humillaron, impunemente, con un fallo repugnante.


Por  Eduardo Lamazón

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