sábado, 13 de agosto de 2011

El mono Gatica: Un odio que no conviene olvidar


No me dejes solo, hermano ". Tirado en el pavimento, el cuerpo sacudido por los espasmos, Gatica se aferraba al pedazo de vida que se le iba. 
Lo rodeaba una multitud de extraños que lo habían visto caer bajo las ruedas de un colectivo, a la salida de la cancha de Independiente. Pocos ojos entre los que miraban esa piltafa cercana a la muerte habrán reconocido el cuerpo de José María Gatica, uno de los mayores ídolos que tuvo el boxeo argentino. 
De esta manera empieza el grandisimo escritor argentino Osvaldo Soriano, su notable relato sobre Jose Maria Gatica." Un odio que no conviene olvidar ", historia que compone una de las joyas nacidas bajo la pluma de Soriano, en el recordado libro: " De artistas, locos y criminales ".
Osvaldo Soriano es uno de mis escritores de cabezera, un ser adorable, al que admiro en toda su dimensión de escritor y hombre...pero no quiero hablar de el, sino de Gatica.
Jose Maria Gatica...El Tigre Puntano....Mono las pelotas¡¡¡.....
Que podria hablar yo del Mono Gatica que ya no se haya dicho o contado, pero las ganas me la ganaron, se me hizo irresistible no hacerlo.
Gatica más conocido como el Mono, apodo que al parecer no le gustaba, y que prefería lo llamaran el Tigre, ha sido una de las mayores contradicciones del pugilismo argentino.
Un tipo que nunca fue Campeón de nada, ni del Cetro argentino, ni de algún Cinturón Mundial...pero cuya figura marcó a fuego a diferentes generaciones de argentinos....y de muchos más.
Fue un tipo al cuál se amaba o se odiaba...no existían términos medios con él. Para mi representa al tipo de la calle, aquel que sale de la marginalidad a puro corazón y odio.
Nació el año 1925, un 25 de Mayo, dato no menor si consideramos que es la fecha de la Primera Junta de Gobierno Argentino.
Para muchos Gatica fue sólo un fanfarrón, un ser detestable, que una vez alcanzado cierto status se comportaba como lo que al tanto odió...Historias hay muchas..Cuándo tuvo dinero lo despilfarró: 
" Cuándo Gatica tiene, todos tienen "...solía ufanarse con sus compañeros de parranda, por que no eran amigos, eran sólo compañeros de ocasión.... y las prostitutas del momento.
Debutó un 7 de Diciembre de 1945, con un ko al primer round contra Leopoldo Mayorano, ahí en ese instante empezó a tejerse una historia de amor y odio, de cielo e infierno.
Recordadas son sus peleas contra Alfredo Prada su rival de toda la vida. Se enfrentaron en seis ocasiones con tres victorias por lado...Prada representaba la clase alta y Gatica el pueblo.
Peronista de tomo y lomo, lucia orgullosos en cada combate su bata con la inscripción: " Perón - Evita ". En alguna ocasión, se cuenta que al saludar a Perón luego de algún combate, con total desparpajo lo saludo y dijo:

" General, dos potencias se saludan ".

Así era Gatica, vivia en una nube de la cuál el mismísimo Perón bajó luego de una sufrida derrota ante el Campeón Mundial Ike Williams...." Me tenés podrido ", le diria Juan Domingo Perón luego de aquella humillante derrota que sufrió en un combate no válido por la corona de los Pesos Ligeros, luego de ser noqueado al primer round.Cuenta la leyenda que subió sobrador al ring, y al bajar los brazos y exponer su rostro, recibió fulminante castigo por parte del Campeón Mundial, quien no estaba para jueguitos.
Ahi empezó la debacle que se acrecentó con la caida de Perón, allá por el año ´55....Se le cerraron sino todas muchas puertas.
Fue un tipo mujeriego, vividor, bohemio, que le gustaba pasarla bien, siempre rodeado de gente aduladora. Vivió rápido y murió joven.
A la salida del Estadio de Independiente en estado ebriedad intenta subir a un microbus cayendo y siendo arrollado por la misma máquina....tenia recién 38 años de edad...lo ultimo que dijo a algún desconocido fue un lastimoso:
" No me dejés solo, hermano; levantáme, no quiero estar tirado ".
Quiero recordarlo en su escencia bohemia, la vida desenfrenada sin limite, sin espacio, atemporal, un gesto de mi parte para alguien de quien escuche hablar siendo yo muy niño, y a quien he querido darle un pequeño homenaje.

por  Rolando Balbontin.



Uno piensa que después de tantos años viendo boxeo,leyendo todo lo que cae en sus manos y hablando con gente que sabe muchisimo de este deporte.Pues que queréis que os diga,llegue a pensar que sabia algo de boxeo.Pero desde que me metí en esta movida del blog,intentando añadir textos de otra gente,noticias y extractos de libros,me ha quedado claro que,lo primero no tengo ni idea y lo segundo,la historia del boxeo es mucho mas amplia de lo que pensaba.Son muchas las historias que forman parte de este el deporte que para mi e imagino que para ti que estas leyendo este texto ,es  el noble arte del boxeo,nuestro deporte y aun que no lo creáis,una forma de de vida.Todo el que entra y lo toma en serio,os aseguro que le cambia como persona.
Respecto al texto cedido por  "Rolando Balbontin",me dio ganas de saber mas de "Gatica",y tras ver la introducción que añadió,quise leer mas.Como siempre,me puse a buscar y aquí esta el resultado.



  "No me dejés solo, hermano". Tirado en el pavimento, el cuerpo sacudido por los espasmos, Gatica se aferraba al pedazo de vida que se le iba. Lo rodeaba una multitud de extraños que lo habían visto caer bajo las ruedas de un colectivo, a la salida de la cancha de Independiente. Pocos ojos entre los que miraban esa piltafa cercana a la muerte habrán reconocido el cuerpo de José María Gatica, uno de los mayores ídolos que tuvo el boxeo argentino. 
    Tenía 38 años y parecía un viejo. Hasta ese día en que la borrachera no le dejó hacer pie en el estribo del ómnibus, había sobrevivido en una villa miseria como tantos otros; algún rasgo lo distinguía: la nariz aplastada, la sonrisa provocadora, un cierto desdén por el futuro. Era uno de esos hombres obligados a soñar con el pasado, porque el suyo estaba teñido de sangre y ovaciones. 
    El 7 de diciembre de 1945 subió por primera vez a un ring como semifondista profesional. Esa noche, su triunfo por nocaut en la primera vuelta frente a Leopoldo Mayorano no puso al público de pie, ni lo irritó. Comenzaba su carrera un hombre de rabia larga, de ambición fresca. 
    Había sufrido la violencia desde su nacimiento, en Villa Mercedes, San Luis, el 25 de Mayo de 1925. A los siete años llegó a Buenos Aires en un tren de carga, con su madre y un hermano mayor. 
    A los diez había ganado un lugar en Plaza Constitución, donde lustró miles de zapatos. De rodillas, miraba desde abajo la cara de la gente, pero hasta ese privilegio tuvo que defender a golpes frente a competidores tan desesperados como él. Un peluquero que vivía por allí lo vio pelear varias veces y quedó impresionado por su agresividad. Era Lázaro Koczi, un hombre relacionado con el boxeo profesional. Pronto le propuso cambiar de oficio. 
    The Sailor's Home era la casa de la misión inglesa para marineros. Estaba en Paseo Colón y San Juan, un barrio con tradición de compadritos. Allí paraban los hombres que habían perdido sus barcos en los extravíos de una borrachera, los desertores, los enfermos, los malandras sin cuchillo. Todo se resolvía a puñetazos. Un hombre de agallas podía ganarse allí veinte pesos si era capaz de vencer en tres rounds al marinero más fuerte. 
    Lázaro Koczi apareció una noche con Gatica, le mostró el ring y le habló de los veinte pesos. El lustrabotas subió. Se sabe que ganó varias peleas, que agachó a corpulentos marineros y luego dejó su parada de Constitución. Había ganado el derecho a más. 
    El 7 de diciembre de 1945 --ese año singular en la historia argentina-- debutó en el Luna Park. Sus ojos verdes habrán visto la multitud con el brillo del desafío. Bastó un golpe para que Mayorano, su rival, fuera a la lona. En poco tiempo ganaba dos peleas más y los empresarios pusieron sus ojos en él. Al año siguiente ganó las siete peleas que hizo, una de ellas con Alfredo Prada, quien sería su más rival encarnizado. 
    Por entonces el público se había dividido: el ring-side abucheada a Gatica, quería verlo en el piso; la popular rugía alentando a ese morocho que miraba con odio a sus rivales y cuando los tenía a sus pies levantaba los brazos tan abiertos como para abrazar al mundo. Los apodos de la tribuna eran diversos, según de dónde provenían: Tigre, para la popular, Mono para el ring-side. A los periodistas le gustaba más Mono y así lo recuerdan aún. 
    Mientras duró su grandeza tuvo un rival irreconciliable sobre el ring: Alfredo Prada. Ya se habían enfrentado antes, cuando no suponían que la vida los iba a unir en el triunfo y el fracaso. Combatieron seis veces y ganó tres cada uno. La última pelea, en 1953, significó la derrota de Gatica y el comienzo de su patética decadencia. Los enfrentamientos entre Gatica y Prada dividieron al público como nunca; se estaba con Gatica o contra él. Prada era campeón argentino, una satisfacción que el Mono nunca alcanzó. Cuando el pleito terminó, las carreras de ambos llegaraban al ocaso. Prada dejó el boxeo con algún dinero en el banco. Afrontó la vida como un ciudadano recompensado. El Mono volvió a su origen, como si toda su pelea con la vida hubiera sido una parábola restallante, una explosión de luces que lo iluminaron hasta, de pronto, dejarlo nuevamente en la oscuridad. 
    Volvió a una villa miseria. Vivió de la caridad junto a su segunda mujer y dos hijas. Fue una fiesta para los periodistas encontrarlo sentado a la puerta de su casilla de latas, tomando mate, sucio y harapiento. 
    Entonces Prada tuvo un gesto que los diarios elogiaron: abrió un restaurante
     en calle Paraná y llevó al Mono con él. Le pagó quince mil pesos por mes y lo puso en la puerta del negocio para exhibirlo. El gesto compasivo de Prada era otra humillación que Gatica soportó porque no podía sino aceptar su derrota. 
     
    Había vivido como un esclavo y pocos le perdonaron su grotesca revancha: como un Robin Hood de barrio, iba con los suyos --los lustradores-- y les destrozaba los cajones a patadas a cambio de billetes de mil. Pagaba con una fragata los diarios que quitaba a las viejas que rodeaban el Luna Park. Unos pocos lo miraban con respeto, otros ser reían de él. 
    Desde que Alfredo Prada lo venció en 1953, en la última pelea, no dejó de caer. Siguió tres años más, pero estaba acabado como boxeador. Como hombre le faltaba recorrer la pendiente más dura: el desprecio, el odio, el revanchismo de las buenas conciencias. 
    Era, para ellas, un analfabeto despreciable, un "lumpen". Perdió todo lo que tenía pero jamás se lamentó. Fue noticia para los diarios el día que una inundación se llevó lo poco que le quedaba. Entonces, fue fotografiado en camiseta, lleno de mugre y mereció crónicas colmadas de aleccionadora compasión. Curiosamente, el Mono sonreía. 
    Adhirió fervorosamente al peronismo y, curiosamente, su esplendor y caída desplegó la misma parábola en el almanaque: levantó su brazos en 1945 y lo bajó, vencidos, en 1956. Había sido el preferido de Perón mientras brillaba. Aficionado al boxeo, el Presidente apoyó el viaje de Gatica a Estados Unidos para buscar una pelea con el campeón de los livianos. En cuatro rounds venció a Terence Young y esta victoria le abrió las puertas a la pelea con Ike Williams, dueño de la corona mundial, en 1951. Medio país estuvo pendiente de la suerte del Mono que iba a batirse en el Madison Square Garden de Nueva York. Subió a la lona sobrador, fanfarrón. Cuando empezó el combate bajó las manos y puso la cara, como lo haría luego Nicolino Locche. Pero Gatica no sabía de esas sutilezas. Bastaron tres golpes de Williams y a los tres minutos de pelea el Mono se derrumbó. Desde entonces perdió los favores oficiales y dejó de ser el hombre que se fotografiaba junto a Perón. Entre 1952 y 1953 ganó trece combates luego de ser vencido por Luis Federico Thompson, pero la última derrota ante Prada lo puso en la pendiente definitiva; caualmente, esa derrota sucedió un 16 de setiembre, dos años antes del día que estalló el pronunciamiento militar contra el peronismo. 
    No sólo Prada usó al Mono para exaltar la beneficencia. Martín Karadagián, un empresario del espectáculo que había montado una troupe de luchadores, lo llevó a parodiar una final. También allí tenía que perder. En "sensacional encuentro" Karadagián, dueño del poder, benefactor de hospitales, lo sometió por unos pocos pesos. 
    La última derrota ocurrió el 10 de noviembre de 1963, bajo las ruedas de aquel colectivo. Había terminado su vida en una parábola perfecta de humillación; "una bala perdida", como solía decir él. 
    No tuvo amigos. Apenas dos o tres compañeros de aventuras en los momentos en que regalaba su pequeña fortuna. Contestaba con monosílabos, recuerdan algunos, para escapar de los adulones y los ambiciosos; otros dicen que no hablaba para ocultar su escasa educación. Tirado en la calle Herrera, de Avellaneda, manchado de sangre, con los ojos abiertos puestos en otro vendedor de muñecos, repitió: "No me dejés solo, hermano; levantáme, no quiero estar tirado". 
    Cuando murió, La Prensa dijo: "La popularidad que adquirió Gatica por sus éxitos y por su característico estilo de infatigable peleador, fue utilizada por el régimen de la dicatdura, que lo adoptó como en el caso de otros campeones deportivos como instrumento de propaganda. Y esta publicidad extradeportiva y el aplauso obsecuente de personajes encumbrados no fueron ajenos por cierto a que él cayera en actos de inconducta dentro y fuera del ring". Fué un recuerdo político, cargado de desprecio. Al comentarista, como a tantos otros hombres de traje gris, le hubiera gustado ver a Gatica domado. Pero no; aún muerto sería molesto: nunca llegó tanta gente a la Federación Argentina de Box como para su velatorio. Hombres y mujeres hicieron una colecta y compraron una corona que decía: "El pueblo a su ídolo". El féretro tardó siete horas en llegar al cementerio de Avellaneda. Cuando la última palada de tierra cubrió el modesto cajón, los cronistas anotaron esta frase de Jesús Gatica: "La única miseria qe vivió mi hermano fue consecuencia de su desesperado afán de querer vivir la vida". 
    Se cumplen tres décadas de la que fue, quizá, su primera alegría, cuando tenía veinte años. Gatica es, todavía, un símbolo contradictorio, arbitrario; la vida le fue quitada poco a poco, con un odio que conviene no olvidar.



Osvaldo Soriano, de "Artistas, locos y criminales", Editorial Bruguera. © Osvaldo Soriano, 1983






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