lunes, 25 de julio de 2011

SUGAR RAY ROBINSON: EL TRONO Y LA TUMBA



La batalla de San Valentín
Al estadio de Chicago en 1951, Robinson llega con un récord completo de 123-1-2, 78 Ko. La Motta, 94 peleas, 78 ganadas y 4 nulos.
Jake tiene problemas para dar el peso. No tiene las sesiones de gimnasio suficientes, pisó poco el Gleason. Robinson va a aplicar tácticas evasivas, de desplazamiento contínuo por el ring. Robinson sabe del peligro del crochet izdo de La Motta. Dispara su Jab como un pistón, siempre moviéndose, con su hombro en protección y creando nuevas líneas de combate, al entrar y salir.
Nunca le da la media distancia al italiano. Nunca toca las cuerdas. Anda, pero no corre por el ring .
La Motta intenta negarse a la dominación devolviendo golpes esporádicos, entrando por debajo y subiendo pegando.
Ray lo deja venir, con una lentitud de desplazamiento hacia atrás, que incita al italiano a entrar, en cuanto Jake carga el peso en su pierna adelantada, le dispara con velocidad cegadora. Y vuelve a repetir la operación. Un La Motta agotándose, intentando entrar en cuña y cerrando por los lados, y un Robinson pegando y recibiendo al rival por dentro.
En los asaltos intermedios la paciencia del moreno da sus frutos. Ese trabajo, más los upper con los que levanta a un La Motta agazapado, va minando la resistencia del rival y sumando puntos. Empieza la presión de Ray. Hasta entonces apenas había tocado abajo al italiano, apenas le había trabajado con el crochet de izda. Todo el trabajo que Robinson aplicó por dentro hace que la mano derecha del italiano se vaya bajando. Lo pagará caro.
En el round 10, Robinson, en mitad del asalto, se deja ir a un rincón neutral, y el italiano empieza con su “batidora”, ante la defensa activa pero sin contraataque del rival. De repente Robinson ve el blanco del protector bucal del italiano, y durante 30 segundos martillea con todo tipo de cuero al italiano. Ahora Robinson mete también la derecha a plomo. La pelea está rota.
A partir de ahí, el italiano está tan cansado que prefiere recibir que moverse.
En el 13°, el árbitro Sikola detiene el castigo sobre un La Motta orgulloso que se niega a caer. Es la 6° y última vez que se verán las caras. Los estilos dispares de ambos púgiles fueron garantía de magníficas peleas.
La Motta seguirá peleando. Sobrevivirá a Robinson y a muchos otros.
Y lo más difícil, sobrevivirá a si mismo.
La gira europea y la sorpresa británica
Robinson y todo su circo se embarcan hacia Europa, que tiene una terrible atracción para los americanos. Le permite una liquidez extra, una posibilidad de explorar nuevos placeres en nuevos territorios. Entre mayo y julio del 1951, hará siete peleas en París, Zurich, Anwerp, Lieja, Berlín, Turín y Londres.
No sólo despierta admiración, sino también polémica. En Berlín, contra Gerhard Heckt, en el 2° asalto, es descalificado por golpe a los riñones del germano. A las 2 horas del suceso, tras una posterior deliberación, se considera “No contest”.
Algo parecido le sucede en París contra Stocke. El estilo de batalla de los americanos encaja poco con la escuela europea.
Cuando llega a Londres, creyendo que esa serie de combates le han permitido mantener una buena forma, en un ataque de soberbia propia de él, decide exponer el título (no estaba programado) ante el campeón británico. Dicho campeón es un ex-cocinero de barco llamado Randolph Turpin, cuyos hermanos son todos boxeadores. Su palmarés son 43 peleas, con 40 triunfos y un nulo. Robinson no presta ninguna atención a ese dato. El patriotismo y la extravagante personalidad del americano hace que se dispare la expectación, que la reventa de entradas alcance precios fuera de órbita. En el Earls Court Exhibition Hall se llenan las 18.000 localidades.
Como con Kid Gavilán, como con Basilio y muchos otros púgiles, no sólo se dirime un combate de box. Es el púgil de base, el individuo que pasa problemas para llegar a fin de mes, que viene del hambre el que se enfrenta a su oportunidad y al hombre que lo tiene todo, talento, carisma, dinero, lujo.
Es el lobo hambriento del monte que va a quitarle el hueso al perro de raza que vive en una confortable caseta.
La motivación lo es todo. La decisión de poner el título en juego abre la caja de Pandora. Pero Robinson no sólo comete ese error.
Turpin es un tipo más alto, y es un auténtico medio. Robinson sería hoy un perfecto superwelter.
Turpin es más joven y lleva varios meses soñando con Robinson, mientras Robinson no lo conoce y ni le importa. Hace tan sólo 9 días que Robinson ha peleado en Italia.
Turpin es un boxeador heterodoxo, inestable (incluso en su personalidad), el tipo de boxeador extraño que es la pesadilla del boxeador ordenado.
Su estilo de voy para adelante - luego voy para atrás - ahora me avalanzo, es inclasificable. Y no responde a las trampas, al oficio, al boxeo cristalino de Robinson.
Con un sorpresivo Jab (Liebling lo calificó como “esa especie de salto con pértiga que ejecuta a modo de jab”), aprovecha su mayor envergadura y anula, de entrada, el boxeo de Robinson.
Encima, Turpin ejecuta movimientos al límite de lo reglamentario (pelea en casa), que desconciertan aún más al campeón, y lo dejan sin área de golpeo.
Lo cierto es que el británico va a más en los asaltos, y la cosa se agrava aún más cuando en el 7° Robinson se corta en un ojo, y el británico golpea sin misericordia esa zona. Robinson ya había pasado por los cortes en el 4° asalto y muchos problemas en el 8°, en su pelea con Gavilán. Cree que la experiencia lo sacará a flote. Pero de aquella, si tenía entreno, ahora le falta gimnasio y lo nota.
Ray ya no tiene las dos manos para pegar (una protege su ojo izdo), el inglés sale por la zona donde Robinson ya no ve, pierde la visión en tres dimensiones y por lo tanto la noción de distancia.
Los últimos asaltos son de una fiereza absoluta.
El lobo, al sonar la campana en el 15, le ha quitado el hueso, de la propia boca, al perro de raza.
Los franceses llaman “Síndrome de bajar la escalera” al estado mental en que uno se encuentra inmediatamente después de cometer un tremendo fallo, ”si hubiera hecho esto... o aquello”.
Robinson tuvo un magnífico síndrome aquella noche.
El reinado de Turpin será corto, 64 días. La revancha en el Campo de Polo de NY. 61370 personas viéndolo. 767.626$ a repartir, una bolsa brutal para no ser pesados.
Ahora, ambos, se odian. Hay algo personal.
¿Es tan buen boxeador Turpin o sólo ha sido suerte?
"¿Que duele más, Ray, ser una vieja gloria, o un boxeador acabado?". Le espeta el inglés.
Trabaja el orgullo de Robinson como si fuese una ceja abierta. ¿Si Turpin es un boxeador mediocre, como es que ganó?
Turpin está muy crecido, el título da alas. El autoengaño se llama confianza.
Esta vez Robinson si se prepara con dureza. ”Nadie me ganó dos veces”.
Los 9 primeros rounds son dignos de un nulo. Pero en ese asalto, una maniobra extraña del inglés propicia un corte brutal en el ojo izdo de Ray. Goldstein, el árbitro, escudriña la herida... junto al párpado, mala costura.
Robinson prepara un ataque ciego en el décimo asalto.
Finta el jab del ingles, y cuando este atrasa la cabeza, le envía un derechazo a romper. Turpin, muy sentido, intenta cincharse por fuera. Pero Ray se escapa del abrazo y conecta la izda al cuerpo, recibiéndolo por dentro como manda el manual, y le tira la derecha a la mandíbula con intención de abrirle una ventana en la cara. Le cuentan 7 al inglés.
La lluvia de golpes, por todos los ángulos, con la dureza que sólo otorga el odio y el miedo a perder, dura más de 30 segundos. El inglés se queda en las cuerdas. La rotación de los pies de Robinson al pegar los derechazos dan muestra de la carga con la que golpea. El torrente de cuero que le llega al cuerpo del inglés hace que este se doble, y Robinson sube pegando a la cabeza. El árbitro se abalanza. Sólo quedan 8 segundos para que suene la campana. El árbitro para la pelea.
Goldstein fue tremendamente criticado. Robinson no podía continuar con ese corte, y Turpin aún parecía entero, la pelea hasta entonces había estado muy igualada. Pero solo hacía una semana de la muerte de Jorge Flores, en el mismo NY, y eso pesó en el árbitro. Aparte, todo el mundo conocía la capacidad destructiva de las aceleraciones de Ray. Creo que fue justo.
Turpin seguirá peleando contra Young y Humez, por el europeo.
Contra Olson peleará por el título, vacante al dejarlo Robinson en pos del semipesado, y es el punto de desplome de Turpin (1953).
La preparación del inglés estuvo plagada de escándalos, broncas, y coronada con un arresto por delitos sexuales. Con ese panorama, perdió a los puntos. “Mi hijo, odio decirlo, no tenía ninguna intención de ganar”, confesó su madre.
Será destruido por Tiberio Mitri en un asalto.
Se pasa a semipesados y el Ko que le propina Yolande Pompei en 1958 es el fin de su carrera.
Se pasa al cacht, y le quitan la licencia.
Invierte lo ganado en un hotel rural, donde pretende ejercer su antiguo oficio de cocinero. Fracasa.
En mayo de 1966, se descerraja un tiro en la sien. Tenía 37 años.
"¿Que duele más, Ray, ser una vieja gloria o un boxeador acabado?".
Quizás el mismo se contestó.
En la cima de los medios
Volviendo a Robinson, hará dos defensas, ganando a los puntos a un magnifico Olson, y mandando al hospital en tres asaltos a Rocky Graziano.
La pelea con Graziano explica el carácter y la genialidad (y la soberbia) del moreno.
Graziano tiene muy poco boxeo, todo lo basa en un derechazo a la manera de Ketchel, con todo el cuerpo, como un misíl humano. Preguntado por el secreto de ese golpe, Graziano contestó, ya en el retiro: ”El secreto es encontrar apoyo a mi golpe, que es también muy apoyado. Entro por debajo y lanzo mi derecha a su guante atrasado, al nivel del cuello, porque siempre se agachan. Cuanto más miedo tienen, más profundo disparo, porque más se apartan. Si lo tiro al cuerpo, procuro llevar el brazo paralelo al suelo, doblando las piernas pero no la espalda. Busco su columna vertebral, todo lo que encuentro por el medio queda destrozado”.
Ray Robinson, en esta pelea, en vez de escapar por su lado derecho, evitando la mano preferida del peligroso rival, hace lo contrario, sale a la izda, “a la cubana”. Quiere romperle con su hook el recto de derecha del italiano.
En el tercer asalto, un Graziano en las cuerdas, responde con un derechazo que pilla estirado y hace doblar la rodilla al moreno. El árbitro no le cuenta, lo incorpora y le limpia los guantes.
La reacción fría y calculada (el rostro de Robinson siempre refleja cálculo por encima de otras expresiones) es imprimir una de sus famosas aceleraciones, y de un derechazo fulgurante, mandar el bocado del italiano a la 8° fila de asientos.
El árbitro, sabiamente, para la pelea.
Graziano, todo corazón quiere seguir. Si uno se fija en las piernas del italiano, se mueven de forma compulsiva, prueba del daño neurológico. Su siguiente pelea será la ultima.
Ray está en la cumbre. Planea la retirada. Pero en otro ataque de soberbia, intenta el sueño de ser otro Henry Amstrong. Coronarse campeón de los semipesados. He ahí la cuestión.
El campeón de los semipesados es Joe Maxim (Guiusseppe Berardelli), está llevado por “Doc” Kearns (mánager de Dempsey), que conoce el negocio como nadie. Joe Maxim conquistó el título a Fredie Mills, en junio de 1950, por Ko en el 10° Round.
Parémonos en Mills. De recogedor de leche en las vaquerías inglesas hace la típica carrera del ratero, peleando en provincias. Como Robinson, va subiendo paulatinamente de peso, con la edad. Tiene el estilo del que suple las carencias técnicas ( apenas se desplaza) con su bravura. Su pelea contra Lesenvich (ambos están dentro del ejército, aún en guerra) que se prevé un entretenimiento entre aliados, es una auténtica carnicería, que será criticada no sólo por la prensa, sino por el propio público. El tremendo Ko que le propina el americano no presagia nada bueno.
Mills, al final logrará el título, y gana al americano por puntos en 1948, pero sus peleas con Ralph, Woodcocks inciden en la misma tónica. Los catorce años de absorción irracional de castigo, en sus 97 combates (que se sepa) traen como consecuencia un retiro problemático, una incapacidad de reconversión que propician su suicidio en 1965.
La pelea de Maxim contra Robinson, en junio del 52, se realiza en el día más caluroso de ese año. Incluso se llegó a pensar dejarla en 10 asaltos. Lo cierto es que Robinson iba ganando, pero el sobrepeso le impidió salir en el Round 14. La única pelea que no terminó.
Jamás Maxim le dió la revancha. “Hacía el mismo calor para los dos, y yo si salí a la campana”.
La retirada, anunciada 6 meses atrás por Ray, se hará efectiva.
Comienza una nueva etapa para Robinson.
Entretenimiento, actor, bailarín... Le llaman las candilejas. Se paseará por NY, Las Vegas, Miami.
Las críticas no lo tratan muy bien, pero se rodea de bailarines que lo arropan lo suficiente.
El entrenamiento de Sugar Ray
Ray es un púgil negro de Harlem, ante todo. Tiene una esquina negra, un entrenador negro, y forma parte de los púgiles negros de Harlem (Saxton, Sandler, etc) que comienzan de niños (como ahora se conoce, refuerzan las ventanas neurológicas) consiguiendo automatizar los gestos como los brasileños con el fútbol, desde la infancia, como una segunda naturaleza.
Ser el mejor en Harlem, es prácticamente ser el mejor en America. Hoy en día la información sobre entrenamientos, la dieta, las oportunidades, están más descentralizadas. De aquella, las grandes peleas estaban en NY, y hacia allí partían púgiles de toda América a entrenar. El ambiente es fundamental para la maduración del púgil.
Hoy, un púgil con 30 peleas tiene la misma sabiduría boxística que los antiguos púgiles con el doble de combates, lo mismo que un aficionado de 20 años hoy, con el vídeo y los medios de información, tiene más conocimiento que un aficionado de 60 años. Hoy se ve más boxeo que nunca.
Ray no es un boxeador de “gimnasio”, con series forzadas por un estereotipo, con un conocimiento parcial del boxeo, supliendo carencias con corazón y picardía (como los italianos del Stillman).
Su entrenamiento se articula en lo que ha aprendido de su comienzo, en plumas y ligeros. Y como entrenas, peleas.
Es el boxeo que ha mamado. Cuando eres un pobre negro que no va a la escuela, que no tiene ningún futuro salvo en el deporte o en el espectáculo, la elección es clara.
Coordinación pies y manos mediante comba, cuerda (colocan dos cuerdas a la altura del cuello, y va pasando de cintura mientras avanza y retrocede, gestos que luego aplica al absorber y rodar los impactos con las rodillas y tobillos).
Mucha sombra en ring, aplicando su jab y anticipando la reacción del rival.
Sus aceleraciones las trabaja con sacos ligeros y móviles (nada de pesados como los italianos), mucho balón medicinal (potencia balística), y todo tipo de trabajo siempre sobre las punteras. Como Louis, las sesiones de manopla (con series distintas, pues Louis es un púgil de uno-dos) son largas y metódicas.
Aplicadas a cada situación, lugar del ring, rival, hasta ser automatizadas como una segunda naturaleza.
Cuesta aplicarlas en combate, pero una vez conseguido, es como andar en bicicleta, nunca se olvidan.
A Robinson puede que al final le falten las fuerzas, pero todo ese bagaje técnico lo saca a flote.
Es un púgil que imprime presión episódica, incluso en el mismo asalto puede aplicar series blandas (para puntuar, situar) sin carga, y pasar a meter el máximo peso en los golpes en otras.
Odia correr, pero hace un numero considerable de asaltos con dos sparring frescos (la denominada Rueda Americana), en asaltos consecutivos, que le dan ese fondo de combate (totalmente distinto al fondo de carrera).
Como todos los stepers negros (Moore, Walcott) pegan muy bien marchando hacia atrás, haciendo que el rival se vaya con el golpe, para contrarlos con ese crochet que cierra el pasillo, en la pera del rival.
Por los modestos gimnasios de Harlem no les gusta pasear a los blancos. Tal vez por eso se conozca tan poco del entreno de Robinson.
El pequeño paraíso y el retorno.
Harlem es un mundo dentro de otro mundo. En el Small Paradise trabaja Malcolm X como camarero. Quizás llegaron a cruzarse. Bolsas de pobreza en el centro del capitalismo mundial. Lujo y miseria. Droga y alcohol para mantener el peligro negro sedado. Robinson se mueve entre los dos mundos, pero sin poder ni querer escapar de ellos.
La inactividad es tremendamente perjudicial para un púgil, con una vida deportiva ya de por si corta, la falta de tensión, de sensación de ring, de timing pasa factura. Si a eso unimos la edad de Robinson, la vida nocturna y la falta de una higiene de vida, el esfuerzo para volver a la élite tuvo que ser enorme.
En 1955, con 35 años, tras más de dos de retiro, Robinson decide volver al boxeo.
Puede que no sea tan buen bailarín como boxeador, pero uno se inclina a pensar que los malos negocios, el tren de vida desbocado y la voracidad del fisco son los verdaderos artífices de su vuelta. La popularidad de Ray se refleja en la buena comercialización de un licor “Robinson Bolo”, un auténtico matarratas, que tenía el efecto narcotizante del gancho de Ray.
Se rueda con algunas peleas, venciendo a Joe Rindone en el 6° y a Ralph “Tiger” Jones a los puntos en 10 rounds intentando un afinamiento del timing.
A finales del 1955 disputa el título con el campeón, a la sazón, Carl “Bobo” Olson. El ko en el segundo es inapelable.
Por tercera vez, Robinson es el patrón supremo de los medios.
Como anécdota, cuando Louis volvió de nuevo a l boxeo activo, en la esquina se encontraba Robinson de invitado, que comentó “yo jamás haría lo que hoy hace Joe”.
Hace un par de defensas hasta colocarse en la línea de tiro de Gene Fulmer, en 1957. La comunidad mormona está ayudando a crear Las Vegas como centro de ocio. Es necesario púgiles de casa con tirón en taquilla. Los abanderados son el pesado Rex Layne y Fulmer.
El bastón y la espada
Fulmer es, por hechuras, un semi pesado. No es alto pero si tremendamente rocoso. Técnicamente muy limitado, su defensa se basa en una mano izda colocada en forma de escudo, con lo que intenta parar todo lo que le tiran (por dentro y por fuera) y una derecha a modo de hachazo. Presigue al rival como un Bulldozer hasta llevarlo a las cuerdas, donde llanamente, lo destripa.
Pisa con toda la suela al golpear. Es un punhiser puro. Es previsible, pero sanciona muy bien el fallo del rival.
Su preparador, Marv Jensen, da prioridad a la condición física.
Fullmer sólo comienza a sudar a partir del 4° asalto. Por higiene de vida, seriedad y preparación es un toro.
En el momento del combate tiene 40 peleas, 37 ganadas, 3 perdidas y 20 ko. Destrozó en su carrera a Basilio, y probablemente le ocasionó las lesiones mortales a Paret. Aún mejorando técnicamente con el transcurso de su carrera, en momentos de presión siempre recurría a ese esquema rudimentario. Fullmer en ese momento, sólo era Fulmer.
En la pelea comienza a verse la dificultad del come-back de Robinson. No está a tono. En el 7° se va a la lona, fuera del ring. El veredicto a los 15 asaltos es lógico. Fullmer es el nuevo campeón.
Pero tan solo 3 meses después, en el Madison, en la revancha, Robinson, dejando venir al mormón ,le rompe la derecha con un hook limpio a la barbilla. Un golpe como el de Walcott a Charles, como el de McCallum a Curry. Le afeita en la punta de la pera, y la distalidad de la palanca incrementa el choque cerebral.
Fullmer ni verá ni sentirá el golpe. Para ál se ha apagado la luz. Robinson es un maestro en el conocimiento del rival y sintonizar su baile y su boxeo.
Robinson, con 37 años, es campeon de los medios por cuarta vez.
El hombre murciélago y el campo de cebollas
Ray se rodea de tipos que le hacen el trabajo sucio a la hora de calentar la pelea. Sorty Boundini es uno de ellos. Luego fichará con la troupe de Alí. Su sentido de humor se aproxima al de una hiena: “Basilio tiene unas orejas tan grandes que puede oir los golpes en vez de verlos”.
Los días previos a la pelea son un auténtico cruce de insultos. En una cena, muy anterior, Robinson trata a Basilio como un leproso. Basilio le comenta a su esposa que algún día le dará una patada en el culo a ese engreído. Públicamente le llamará “un jodido ‘pezuñas’ (por su fracaso en el baile) con caprichos de corista”.
Lo cierto es que Basilio, riéndose de si mismo dijo que después de ver la fealdad de su rostro en un espejo, llego a la conclusión que solo podía ser boxeador: “De nacimiento tengo cara de gladiador”.
Basilio era famoso por coserse él mismo los cortes, ante un espejo, cuando aán están calientes. “Es cuestión de práctica”. Es evidente que tenía mucha. Y más que iba a necesitar.
Carmine Basilio es un hombre que ha tenido una vida muy dura y no está para bromas. Este apacible ex-agricultor, recolector de cebollas, ha peleado con lo mejor del peso welter. A Gavilán lo tiró en el 2°, dominó toda la pelea y le negaron la victoria. Todo el que se pegó con Gavilán, reconoce que no pegaba (tiene escasísimos Ko para un welter y más de 100 peleas) pero absorbía el castigo hasta desesperar al rival.
Kid Gavilán, se me olvidaba, acabó ciego.
Basilio consigue el título contra De Marco, un “latin lover” a la italiana, destruyéndolo en 12 asaltos.
De Marco es famoso, como casi todos los italianos, por un golpe, en este caso por su hook de izda.
En la revancha, 5 meses después, Basilio fue víctima de dicho golpe: “El disparo me dió en la punta de la barbilla, por mi lado derecho. Mi mandíbula se dislocó y sentí un miedo intenso al paralizarse todo mi lado izdo, sobre todo mi pierna. La cuenta de ocho me permitió levantarme, pero no sentía el pie hasta más arriba de la rodilla. En el minuto de descanso empecé a recuperar. Cuando sonó la campana para el octavo asalto ya estaba listo”.
Ganó otra vez, por KO, en el 12. Basilio, como una buena suela de zapato, es duro y absorbente.
Contra Saxton un púgil ultradefensivo... y bien apadrinado sufrirá un auténtico robo. Se vengará en las dos siguientes ocasiones, y por Ko.
Da el paso al peso medio, y se clasifica como aspirante venciendo a Akins y a Vince Martinez.
Gracias a que en aquellos años ser campeón de una categoria te daba posibilidad de disputar el título directamente en otra.
En el estadio de los Yankees, 1957, se verán las caras Robinson y Basilio, en una pelea sin ley ni tregua.
Sólo es el reflejo que del odio que sienten mutuamente.
Basilio, más bajo, tiene un magnífico movimiento de roading, acoplado a un dominio del centro de gravedad. Hace fallar muchos golpes rectos a Robinson, y le conecta series a dos manos, por fuera, que prueban la capacidad de encaje de Robinson. Basilio aplica presión para no dejar pensar a Ray. Tupir los huecos con series. Meter a Robinson en una batidora. Matar de cerca, como el buen asesino.
Pero absorbe un castigo insoportable, y sin inmutarse.
Basilio agradece los golpes que le tira Robinson, porque sabe que la batalla la puede ganar si el de Harlem se desfonda. Los golpes que rueda impiden el efecto piramidal del boxeo de Robinson. Rompen la fluidez asesina de su boxeo.
La pelea está muy igualada hasta el 11°. Cuando parece que Robinson lo tiene, de algún lugar oculto que no es su cuerpo, Basilio saca fuerzas y responde.
En el 12, Robinson comienza muy bien, casi lo tiene en el suelo otra vez, y las fuerzas le vuelven a fallar. Basilio absorbe y se mueve, y ante la bajada de rendimiento de Ray, devuelve más golpes.
En el trece, la cara de Basilio parece llevar dos horas explorando un avispero, pero tras meter tres manos muy duras, cierra a Robinson y conecta hook, upper, crochets en series largas. Robinson está exhausto.
Esa será la tónica hasta el final, los dos pegando pero un Basilio que además de pegar, todavía mueve la cintura. Como buen agricultor, sabe que si siembra golpes al cuerpo, recolectará la victoria.
El veredicto: los dos jueces Aidala y Recht dan vencedor a Basilio, sólo el árbitro se inclina por Robinson. Por escaso margen, opino igual que Al Bertl.Los jueces compararon el pequeño gran hombre con el gran hombre, quizás de ahí la diferencia. De 34 críticos de aquellos tiempos, 19 votan por Basilio, 9 por Robinson, el resto, nulo.
Basilio acabó pegando más. Su trabajo al cuerpo cundió finalmente. Su cara refleja lo que sirgnifica cruzarse con Robinson.
Es la 52 victoria y la más grande de sus 71 peleas.
600.000$ de bolsa total. Mereció la pena, sobre todo para Robinson, que llevaba la parte del león.
Robinson pide la revancha. A sólo dos meses de su 38 cumpleaños.
Robinson pelea con Basilio otra vez en Chicago, en 1958.
En el 5°, Robinson, con verdaderos cañonazos de derecha, tambalea a Basilio. Los hooks del italiano vuelven a martillear a Robinson, pero el ojo izdo de Basilio se cierra en el 6°, a partir de ahí, manda en las cartulinas Robinson. El combate termina en el 15.
Basilio no sólo es duro por fuera. Hay que ser durísimo por dentro para salir a cada campana.
Los americanos diferencian los Backswins (movimientos que se hacen antes de golpear para entrar y luego para salir) de los Downswins (movimiento rápido para pegar ya en la distancia). Robinson se dió cuenta que Basilio era rápido en ambos, pero al salir de la serie, se paraba. Ahí incidirá repitiendo con su derecha. El ojo de Basilio lo paga.
Ese ángulo ciego (nunca mejor dicho) será el pasillo por donde articule la victoria. Ese medio paso que da para salirse del tornado de golpes que lleva Basilio le permite tener tiro para sus manos rectas.
Por decisión dividida, Robinson logra la inigualable marca de la quinta corona del medio
En los asaltos Robinson se despachaba, cosa muy común en la lucha por desconcentrar al rival, diciendo al oído de Basilio, “¿No te estaré haciendo daño, Eh, Carmen?”. “No, Ray, inténtalo de nuevo, a ver si tienes suerte” es la respuesta. Fue una pelea legendaria. No hubo revancha .
“No me importa que Basilio haga otros 15 asaltos, mientras no los haga conmigo”, reconoció Robinson. Un auténtico piropo si viene de Robinson, un púgil con el ego de un portaaviones.
La cara de Basilio es digna del Hallowen, es como si alguien llevase pegado a la cara un chuletón recién cortado. Necesitaría tres tallas más de sombrero. Es dantesco.
“Fue una pena que no hiciéramos la tercera. Me hubiera retirado millonario”, dijo Basilio. Todo un profesional.
La estela del cometa
La NBA (del boxeo, no del baloncesto) afirma que Robinson tiene dos años más de los que pregona y retira la licencia a Ray.
Robinson no boxea durante un periodo de tiempo.
Fullmer destroza a Basilio con el título por medio.
Robinson ya no tiene sus legendarias piernas. El boxeo y el tiempo no perdonan. Sus sparring le hacen trabajar en media y corta, lo que representa más castigo. Miles de neuronas mueren en las sesiones duras de guantes. El boxeador muere en los entrenamientos más que en el propio combate. Y Ray no lo aparenta, pero está enfermo.
Uno los ve ahí arriba y no lo aparentan. Ni Alí, ni Cooney, ni Mills, ni Saxton…
Pero cerebralmente están muriendo. El número de golpes (ampliando su efecto si te mueves ya menos) crea microtraumatismos por roce del cerebro con la caja craneal. Esas cicatrices y callosidades en el tejido blando cerebral, impiden que las neuronas se axionen.
Es el “Drug punch”, la borrachera de golpes. Lento, pero inexorable.
Como el viejo tigre que no tiene ya apenas dientes ni garras, pero que domina aun la técnica de caza y el movimiento de la presa, Robinson seguirá peleando.
Quizás ya no sea consciente del peligro, quizás los que lo rodean aún ven en él un activo rentable (incluido el fisco). O quizás, como las viejas estrellas del espectáculo no pueden vivir sin aplausos.
No hay peor trampa que la que uno se tiende, porque nunca quiere salir.
La fina línea que separa la juventud y la vejez deportiva, el disfrute de lo duramente ganado o la enfermedad, ya no es más ancha que un hilo.
Para Nueva York, Europa y la federación Oriental, Robinson aún es el Campeón del mundo.
En 1959 vuelve a pelear con Fullmer, el campeón de la NBA. El nulo del veredicto es la manera de encubrir el tremendísimo robo que se le hace a Robinson. Habría sido su 6° titulo de los medios.
En 1960, un oscuro bombero de 29 años, Paul Pender vence a Robinson por decisión dividida. Con 40 años Robinson hace una espléndida pelea, pero la decadencia es evidente.
Robinson se arrastrará 4 años más en los ring de medio mundo, vendiendo la única mercancía que le queda, su leyenda.
El fin de su carrera lo pone un Joey Archer, que le gana a los puntos.
201 peleas, 16 años de carrera sólo en los medios. 25 años de carrera profesional. 5 veces recupera el título de los medios. Una leyenda, independientemente de su decadencia final.
Poco antes de lo que será su ultima pelea, Robinson se ha casado con Millie Bruce. En un homenaje, anterior a la pelea con Archer, Don Elbaum, promotor de prestigio, fan acérrimo de Ray, le hace un regalo. En un estuche, que Ray abre, aparece un par de viejos guantes. “Ray, estos guantes los compré en una subasta. Por si no los reconoces, son los que usaste en tu primer combate en el Madison. Los tengo guardados hace mucho tiempo” le comentó Elbaum. Robinson se quedó parado y mudo, como si se sintiera transportado 25 años atrás. Miró a su mujer, y sin poderse contener, se echó a llorar. El editor Al Abrams, intentando romper la emoción del momento, le dijo: “Venga, Ray, fírmalos, quiero hacerles una foto”. Elbaum se interpuso “Ray, no son para que los firmes... son para que los cuelgues”.
En 1965, Ray Sugar Robinson ingresó en el Salón de la Fama del Boxeo.
Los médicos le diagnosticaron Alzheimer en estado avanzado.
Murió en California en 1989.
El legado
Uno puede ver en los desplazamientos de Alí, en el jab de Leonard, en las esquivas de Mosley los gestos felinos de Robinson. La inteligencia sobre la fuerza.
Hay mucho de Robinson en el mejor boxeo de hoy en día. En una hora de sus videos, la generación siguiente aprendió más boxeo que en 5 décadas anteriores.
El que Ray Sugar Robinson es el mejor boxeador de todos los tiempos es un tópico, y puede ser cierto.
Uno no debe soltar la lágrima por Robinson, pues seguro que le hubiese parecido una solemne mariconada. Ni pontificar sobre los peligros del boxeo, pues los detractores de este deporte ya nos ahorran el trabajo. Imprimir moralina al asunto es una hipocresía, teniendo en cuenta que una noche de gloria del “HotSoot” (Disparo caliente) de Harlem (apodo que tiene muchos trasfondos) equivalen en intensidad a 10.000 vidas del resto de pobres mortales.
Su vida si refleja todo lo grande y lo horrible de este juego.
Hoy el juego ha variado bastante en la forma de jugarlo. Leyes, periodistas, opinión publica han modificado la baraja, aunque aún se empleen cartas marcadas. Los tratantes de esclavos han desaparecido para dar paso al guante blanco, el márketing y los abogados de lujo.
Pero la esencia, lo importante del juego, sigue vivo.
Los gladiadores, individuos que emplean este juego para arrancar a la vida lo mejor que pueda darles.
Un juego plagado de trampas, peligros, tragedia, pero a la vez de una gloria y épica extraordinaria.
Un juego que es parábola de la guerra, de la lucha y de la vida. Un juego de intereses, ambición y sangre. Para bien o para mal, nuestro juego.
Francisco Menéndez Campa

2 comentarios:

  1. Haacía tiempo que le buscaba, Sr. Menéndez Campa. Muchas gracias por sus artículos!

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